Es esta la
historia que vivió mi abuelo Paco. Él tan solo tenía 8 años
cuando su padre, cuya profesión era la de tarabartero, tuvo que
emigrar a Francia por la escasez de trabajo. Allá por 1960, su
padre, también llamado Paco, y residente en Tebas (Málaga), era un
profundo conocedor de las monturas, ya que en su familia le había
enseñado el oficio desde pequeño. Siempre mostró un carácter muy
peculiar, siendo un hombre dedicado a su trabajo y muy centrado en
que sus hijos se portasen de manera adecuada y que ninguno terminase
en algún lío.
Desgraciadamente,
la tremenda crisis de aquellos años tan complicados bañados en la
dictadura española, lo obligaron a marcharse con hasta cinco hijos a
sus espaldas, entre los que, claro está, se encontraba mi abuelo
materno. Casi sin saber lo que allí iba a encontrarse, viajó hasta
Clermont-Ferrand, uno de los lugares del país galo en el que la
industria de los trenes tomaba fuerza poco a poco. Fue allí donde
conseguiría colocarse en un oficio lo más semejante posible a su
antigua profesión. Dado que siempre había restaurado y dejado en
perfectas condiciones las monturas, ¿por qué no iba a hacer lo
propio con los asientos de los trenes y ferrocarriles?
En efecto, Paco
inició su andadura por la ciudad ejerciendo de reparador de
tapicerías de trenes en 'La Condamine', una industria dedicada a la
reparación de este tipo de vehículos. Muchos de ellos eran antiguos
transportes de la Primera y Segunda Guerra Mundial que habían sido
dañados, siendo todos ellos remendados y puestos en funcionamiento
de nuevo.
La labor de
tapicero no le resultó complicada, aunque debió aprender el idioma
de forma veloz para desenvolverse con soltura. En aquella época,
muchas familias habían decidido emigrar y buscarse la vida en otras
partes de Europa como Alemania, sin embargo, el hecho de que en
Francia la industria estuviese tan excesivamente desarrollada y
extendida, además de con una economía mucho más estable que los
derrotados durante la Segunda Gran Guerra, hizo que su opinión se
centrase en ella.
Nunca
decepcionó en sus labores, ni tuvo excesiva falta de ganancias. Mi
abuelo y sus hermanos acudieron al colegio y al instituto en 'La
France', y llegaron a aprender el idioma a la perfección. En aquel
mismo lugar, mi abuelo descubrió su pasión por los vehículos y
aprendió mecánica junto con grandes profesionales franceses que
ostentaban una preparación superior a la española. A los 18 años
de edad, volvió a España para pasar su vida con la que sería su
mujer, Antonia, casualmente conocida de una amiga turista de mi
abuelo en Francia. A raíz de esa relación, mi madre, Mónica, la
primera hija que tuvieron, se casaría con mi padre, Javier, quien es
actualmente compraventa de vehículos gracias a la influencia de mi
abuelo.
Y es que, la
vida suele dar demasiadas vueltas, pero ninguna en vano. A día de
hoy, en Clermont-Ferrand tengo familiares que vienen a visitarnos a
menudo; yo intento saber cada día más y más francés, y mi
fallecido bisabuelo es una de las personas más respetadas de nuestro
entorno. No solo por su valentía, sino por haber sido, desde primera
hora, un señor optimista y trabajador.
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