domingo, 22 de mayo de 2016

Clermont-Ferrand y la restauración de trenes


Indagando en los aledaños de mi familia, conocí una de las historias más increíbles e inimaginables que marcan a una persona. El trabajo no siempre debe estar asociado al lugar en el que tú resides, incluso puede hacerte llegar a sitios en los que jamás creíste estar. Sin embargo, ante todo hay que sobrevivir, y si para ello hay que cambiar de país y de amistades, se debe terminar haciendo.

Es esta la historia que vivió mi abuelo Paco. Él tan solo tenía 8 años cuando su padre, cuya profesión era la de tarabartero, tuvo que emigrar a Francia por la escasez de trabajo. Allá por 1960, su padre, también llamado Paco, y residente en Tebas (Málaga), era un profundo conocedor de las monturas, ya que en su familia le había enseñado el oficio desde pequeño. Siempre mostró un carácter muy peculiar, siendo un hombre dedicado a su trabajo y muy centrado en que sus hijos se portasen de manera adecuada y que ninguno terminase en algún lío.

Desgraciadamente, la tremenda crisis de aquellos años tan complicados bañados en la dictadura española, lo obligaron a marcharse con hasta cinco hijos a sus espaldas, entre los que, claro está, se encontraba mi abuelo materno. Casi sin saber lo que allí iba a encontrarse, viajó hasta Clermont-Ferrand, uno de los lugares del país galo en el que la industria de los trenes tomaba fuerza poco a poco. Fue allí donde conseguiría colocarse en un oficio lo más semejante posible a su antigua profesión. Dado que siempre había restaurado y dejado en perfectas condiciones las monturas, ¿por qué no iba a hacer lo propio con los asientos de los trenes y ferrocarriles?

En efecto, Paco inició su andadura por la ciudad ejerciendo de reparador de tapicerías de trenes en 'La Condamine', una industria dedicada a la reparación de este tipo de vehículos. Muchos de ellos eran antiguos transportes de la Primera y Segunda Guerra Mundial que habían sido dañados, siendo todos ellos remendados y puestos en funcionamiento de nuevo.

La labor de tapicero no le resultó complicada, aunque debió aprender el idioma de forma veloz para desenvolverse con soltura. En aquella época, muchas familias habían decidido emigrar y buscarse la vida en otras partes de Europa como Alemania, sin embargo, el hecho de que en Francia la industria estuviese tan excesivamente desarrollada y extendida, además de con una economía mucho más estable que los derrotados durante la Segunda Gran Guerra, hizo que su opinión se centrase en ella.

Nunca decepcionó en sus labores, ni tuvo excesiva falta de ganancias. Mi abuelo y sus hermanos acudieron al colegio y al instituto en 'La France', y llegaron a aprender el idioma a la perfección. En aquel mismo lugar, mi abuelo descubrió su pasión por los vehículos y aprendió mecánica junto con grandes profesionales franceses que ostentaban una preparación superior a la española. A los 18 años de edad, volvió a España para pasar su vida con la que sería su mujer, Antonia, casualmente conocida de una amiga turista de mi abuelo en Francia. A raíz de esa relación, mi madre, Mónica, la primera hija que tuvieron, se casaría con mi padre, Javier, quien es actualmente compraventa de vehículos gracias a la influencia de mi abuelo.


Y es que, la vida suele dar demasiadas vueltas, pero ninguna en vano. A día de hoy, en Clermont-Ferrand tengo familiares que vienen a visitarnos a menudo; yo intento saber cada día más y más francés, y mi fallecido bisabuelo es una de las personas más respetadas de nuestro entorno. No solo por su valentía, sino por haber sido, desde primera hora, un señor optimista y trabajador.

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